Guadalajara, 26-9-1966
GRANDES TRIUNFOS DE VICTORIANO VALENCIA, MONDEÑO Y EL CORDOBES
Comentario a la corrida de toros celebrada esta tarde en Guadalajara, según la manera de ver de Curro Fetén, servidor de ustedes. 26-9-66
Arrollado por una multitud enfervorizada salía Manuel Benítez El Cordobés en hombros de la plaza de Guadalajara, los guardias civiles y la policía eran impotentes para contener el aluvión que amenazaba con destrozar al de Palma del Río. Toda la ciudad esperaba en el trayecto que lleva de la plaza al hotel donde se hospedaba. Los alrededores de la plaza eran un hormiguero de gente que esperaban ver al ídolo, a ese hombre de seda y oro que encarna más que ningún otro, al personaje popular de la época. Arrastrados por la multitud, fuimos casi en volandas al coche que nos debiera trasladar a Madrid, cuando se desató como un alud incontenible, la riada humana. El Cordobés, en medio de ella, los guardias y los admiradores rodaban por el suelo en un confuso montón. Nos refugiamos en nuestro coche como náufragos que se aferran a un hierro ardiente. Manolo pudo ser liberado y se introdujo en el coche de cuadrilla. Era imposible caminar en medio de tal riada humana. Falló el coche que llevaba al torero, millares de personas le sacan de él, quieren llevarlo en hombros de nuevo. Interviene la fuerza pública para salvar la vida del torero, que estaba en peligro de resultar gravemente herido por el desbordante entusiasmo de las gentes. Manolo Plaza, nuestro querido compañero de La Voz de Madrid, desapareció entre las gentes, José Julio, de Radio España, también. Sólo llegamos al coche Vicente Cea, nuestro admirable chófer y Julio Estefanía, cronista de hábil y sentida pluma. Ponemos el motor en marcha cuando la Guardia Civil nos para y entre aquel remolino de gentes, entre gritos admirativos, entre achuchones, entra un hombre sudoroso y contento, la misma estampa de la felicidad. Era Benítez en persona, magullado. En el vestido faltaban los machos, una hombrera… detrás, como un obús, su cuñado Juan Antonio Insúa. Una voz, que fue obedecida inmediatamente, la de Manolo que le dice a Vicente Cea: matador, en marcha que nos matan.. Los guardias abren paso entre la multitud que se apiña en torno al coche y a paso lento, cuidando de no atropellar a los miles de admiradores, salimos de la ciudad, en un recorrido de un kilómetro en el que invertimos más de veinte minutos. Un escándalo. El torero, con la ventanilla abierta, saluda a todos. Por fin, la liberación de esa dictadura que es la fama, estamos fuera de la ciudad. Un coche espera al torero, nos da las gracias, nos despedimos de él y volvemos en busca de nuestros compañeros. Habíamos pasado unos minutos de gran emoción. Es admirable el tributo que se rinde al ídolo. Que había pasado?. Vamos a intentar contarlo.
El primer espada de la terna había sido Victoriano Valencia. El fino y gran torero de Madrid ha tenido una actuación memorable con capa y muleta a sus dos enemigos, a los que ha toreado superiormente a la verónica, pero verónicas de verdad y en el cuarto ha hecho un quite, pasándose el toro por la espalda, que es mitad mariposa al revés y mitad tijerillas. La ovación es clamorosa y Victoriano tiene que saludar montera en mano para corresponder a la misma. El primero de su lote tiene genio y aspereza. Toma tres varas apretando y llega a la muleta con cierto son. El madrileño le realiza una excelente labor muletera en la que estuvo artista y variado, destacando el toreo en redondo y al natural, con remates de clásicos pectorales y afarolados. Mata de una entera y se le premia con una oreja. Ya en el cuarto de la tarde Victoriano dejó constancia de porqué se le llama entre los aficionados y la crítica más exigente, “el torero de las faenas memorables”. Lo que ha llevado a cabo con este cuarto toro de Benítez Cubero no es para contarlo. Cuarenta muletazos perfectos, cuarenta peses plenos de ritmo, temple y armonía. Derechazos de largura infinita, redondos interminables y naturales de frente con pectorales y afarolados. Una faena como para quedar de modelo cuando se quiera hacer balance de las mejores de la temporada. Labor de máximos trofeos por su calidad y sabor pero que sólo se premió con una oreja por precisar el madrileño de dos pinchazos y estocada. Hubo de dar dos triunfales vueltas al ruedo porque no decrecía el entusiasmo que su gran labor había despertado. Viendo a este Victoriano Valencia, uno se pregunta el por qué torea tan poco, él, que es torero de grupo especial por imperativo de su calidad torera. Al final, le sacaron a hombros y le llevaron hasta el hotel.
El otro triunfador de la tarde es el gran torero de Puerto Real. Con su primero, un manso condenado a banderillas negras, Mondeño está soberbio de entrega. Sus verónicas de enormes apreturas calan de inmediato en el aficionado, que jalea al ex novicio con fuerza. Mucho genio y aspereza tiene el toro que toma dos varas y llega a la muleta embistiendo en oleadas, descompuesto. Pero si genio tiene el toro, no le gana a genio el torero, que se la juega, con una faena soberbia de arrogancia, de porte majestuoso y de apasionada entrega. Y así sus derechazos, sus pases de pecho, los naturales y las mondeñinas finales, ponen los graderíos en clamores triunfales. Mata de dos pinchazos y media estocada y pasea por el ruedo la oreja de su enemigo. El quinto está falto de fuerza y llega a la muleta defendiéndose. Juan está con él muy valiente y animoso, pero no tiene suerte tras colocar media, pues no está afortunado con el verduguillo. Pero como se las había jugado de verdad en el trasteo muleteril y había toreado muy bien a la verónica, le aplauden con saludos desde el tercio.
El Cordobés en su primero ya formó el primer alboroto al torear a la verónica y realizar un apretado quite por chicuelinas. Fue una lástima que la res, que había tomado dos varas, llegase al tercio final muy aplomado, reservón y a la defensiva. Manolo porfía valerosamente y logra instrumentar unos naturales y derechazos, pero el toro, decididamente no colabora y opta por pasaportarlo, lo que logra de estocada de varios descabellos. El acto no gustó al público que se dividió al enjuiciar su labor. Pero en el que cerró plaza, un toro cornalón y que embiste con la cara alta, formó la intemerata. Una faena de neto corte cordobesista. Una grandiosa labor muletera que inició con su espectacular muletazo del molinillo y que continuó entre música y ovaciones por derechazos de gran temple y mando, ligados con el de pecho, redondos, redondísimos y naturales con la izquierda de extraordinaria calidad. Manolo estaba inspirado. Su valor asombroso, la quietud constante de las zapatillas toreras, el pasarse a la res a la mínima distancia, enardecieron a los tendidos. Era El Cordobés de las grandes solemnidades. El genio desbordante de inspiración y de poderío que jugaba con el toro instrumentándole toda clase de pases. Pero haciendo el toreo, recreándose en su temple y en su mando extraordinario. La plaza era un manicomio de clamor ensordecedor. Pero Manolo se entregó todavía más y siguió toreando por molinetes de rodillas, giraldillas y toda clase de alardes temerarios. La música ni se escuchaba entre tal griterío. Cuadra el toro, se perfila Manolo y entrando con rectitud agarra una estocada hasta la mano. Descabella certeramente. Y el delirio. La mundial!, que nos diría después guiñándonos con su gesto y su sonrisa de eterno golfillo. Se tira el público al ruedo, las dos orejas, el rabo, lo cogen en hombros en lucha con los guardias y le sacan en tropel por la puerta grande. El resto, ya lo conocen. Un caso.
Y nada más, hasta mañana a esta misma hora, Curro fetén, servidor, les desea a todos muy buenas noches.-